Yo sin ella.

Me visitó, me vino a decir no sé qué de algo que pasó hace un millón de años, me viene a reclamar que estoy grande y no sé qué. Me dice que yo elegí estar así y no sé qué más, y que si yo quiero todo lo puedo.
Que ella en un momento me avisó que esto iba a pasar, que vino estuvo un tiempo conmigo sólo para que sepa cuáles serían las consecuencias de estar con la guardia en alto siempre.
Pues te eché una vez lo lograré otra.
Acá no te vas a quedar le dije, la sentí muy cómoda encima mío, ella se sonreía de costado como quien ríe por una macana. Y le pedí que me deje, que yo sin ella puedo vivir.
No quiere irse, cree que nos conocemos lo suficiente como para quedarse y ocupar un lugar. Qué descarada.
Una mañana harta de escuchar su susurro, su respiración que me acechaba a cada paso tomé un cuchillo y corté el lazo que nos unía.
Sentí el filo romper mi piel, no tuve miedo, ese era el final entre ella que quería dominarme y yo que quería escapar.
Así fue que al quinto mes de peleas eternas puse punto y aparte a nuestra relación.
Una mañana hermosa de sol caía sobre mis hombros descubiertos por una musculosa que vestía, sentí que todo había terminado la vi alejarse y dejarme. Era mi momento. Volvería a ser yo sin ella y vos irías en búsqueda de nuevas conquistas. Poco me importaba, te habías quedado lo suficiente para que yo aprenda la lección.
Desde aquel día vivo, a tu lado había sobrevivido mucho tiempo pero ahora, ahora era diferente. Yo aprendí a vivir sin ella.

Te lo dije tristeza, este no era tu lugar.

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